NO HAY OTRO TEMA MÁS IMPORTANTE. Por Mattías Meragelman

septiembre 18 08:32 2022

Los índices inflacionarios marcan que la última parte del 2022 sigue teniendo a la economía como el principal problema de los argentinos. Números que preocupan y proyecciones que espantan. En ese escenario, hay una decisión que debe tomar Quintela.


La agenda informativa tiene múltiples temas en los últimos tiempos, tanto a nivel local como nacional se puede mencionar: el intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández, el pedido del gobernador Ricardo Quintela de eliminar las PASO, la interna de “Juntos por el Cambio” (y el reacomodamiento que implica en las definiciones dentro de la propia oposición riojana) y hasta la reforma constitucional que se viene en la Provincia. 

Sin embargo, nada es más impactante y preocupante que la inflación. 

Los aumentos de precios tomaron una dinámica que golpean de manera directa la calidad de vida de la sociedad y cualquier otro tema aparece como un elemento menor para el día a día de la población. 

Un repaso periodístico por los números siempre se presenta como frío, pero en este caso tiene la crudeza del impacto real que está teniendo en la mesa de l@s argentin@s y l@s riojan@s.  

En La Rioja en los primeros ocho meses del año la suba de precios llegó a un acumulado del 58,1%. Destacando por su impacto social el caso de los alimentos, que se ubicó en una modificación total del 59,1% en lo que va del 2022.

Para tomar una dimensión de lo que está pasando: la inflación acumulada entre enero y agosto ya es más alta que la de todo el año 2019, ese año fue el peor en materia de precios de la gestión del ex presidente Mauricio Macri. Con los datos que el INDEC brindó esta semana, ya se puede afirmar que el 2022 terminará con la inflación anual más alta de los últimos treinta años y es sin dudas el gran fracaso económico que muestra la gestión del “Frente de Todos”.

No se puede negar la existencia de una guerra en Europa que está condicionando toda la economía mundial, al punto que países tan disímiles como Estados Unidos o Sri Lanka están viviendo procesos inflacionarios. Inclusive, hasta el propio Fondo Monetario Internacional mencionó en su conferencia de esta semana el impacto de la suba de precios en el mundo.

Sin embargo, los valores que alcanza el aumento de los bienes en nuestra tierra toma dimensiones exponenciales y le agrega “características argentinas” que lo hace diferente a lo que se ve en el resto del planeta.

Y aquí aparece una de las grandes deudas de los gobiernos de la democracia argentina: nunca se pudo debatir en serio la cadena de valores de los productos. 

¿Cómo un litro de leche llega a costar lo que vale? ¿Cuánto se queda cada sector de la producción y comercialización, y especialmente qué margen de ganancias tiene cada uno? No estamos hablando de medidas comunistas, es simplemente regulación del Estado en la economía, como ocurre en los países más capitalistas de la urbe. 

La inflación es multicausal, y la tuvieron que enfrentar Gobiernos que emitían mucho dinero y otros que no emitieron nada, aquellos que tomaron deuda en dólares y aquellos que se financiaron en pesos. Los que intervinieron mucho en la economía y los que apuestan a “la mano invisible del mercado”.

Y en ese sentido, es necesario mencionar que cuando la “Convertibilidad” controló la inflación durante los gobiernos de los presidentes Carlos Menem y Fernando De la Rúa, atar ficticiamente el peso al dólar provocó que se congelen los aumentos de precios por 10 años, pero congrandes consecuencias: endeudando al país por décadas y vendiendo todas las empresas estatales para financiar el déficit que se había generado, estallando el entramado social, económico y bancario en el 2001.

Esta semana un empresario narraba que el día que se conoció la inflación de agosto, un proveedor le indicó que aumentaba el precio del bien que le envía desde Córdoba todas las semanas. Ante la pregunta del motivo del cambio de valores, la respuesta fue elocuente de la realidad que vivimos: “Aumento porque me tengo que cubrir de los aumentos que vendrán”.

Décadas de procesos inflacionarios y generaciones que crecimos tomando como normal que las cosas incrementen su precio de manera preventiva, hacen muy complejo salir de este círculo vicioso. 

Hay inflación por el incremento de precios de los insumos,por la guerra entre Ucrania y Rusia, porque aumentan las tarifas y el petróleo, luego están los aumentos de precios por las dudas, más la suba de costos porque se dispara eldólar ilegal, por la sequía y hasta habría que empezar a pensar si la elección de los 26 jugadores que realizará Scaloni para el Mundial no tendrá impacto en las góndolas.

En este contexto, el gobernador Ricardo Quintela debe tomar una decisión: de cuánto será el quinto aumento de sueldos del año. 

La idea original del Gobierno de un esquema salarial de cuatro tramos de incrementos se vio desbordada por el proceso inflacionario. La propuesta que está sobre la mesa de trabajo del mandatario provincial es un incremento del 16% que se cobre con el sueldo de septiembre, que se abona en los primeros días de octubre. Siempre tomando como punto de partida para calcular el porcentaje cuánto percibía un/a emplead@ de planta permanente en diciembre del 2021. 

En este sentido, el salario mínimo estatal comenzó el año en $38.300 y ahora se encuentra en $60.500. De concretarse la idea que se maneja en la «Casa de las Tejas», el salario mínimo llegaría en septiembre a $66.620. Es decir, tendría en los primeros nueve meses del año una suba de $28.320 (un 74% de aumento). Habrá que esperar la decisión que toma el Gobernador para saber los porcentajes finales.

La crisis de representación viene marcando desde hace años la relación de la política con la sociedad. Con una comunidad que cuestiona: a su clase dirigente, a l@s gremialistas, a los medios de comunicación, a l@s periodistas, a l@s empresari@s, a la Justicia, a l@sdocentes, a l@s medic@s y sigue la lista. 

Ese malestar se profundiza con la crisis económica,porque cada visita al almacén es la confirmación de que se pierde poder adquisitivo y esa sensación deriva en frustración. 

Mientras la plata no alcance y con una sociedad atravesada por la frustración, es poco probable que la comunidad pueda volver a creer en sus dirigentes y no parece plausible que pueda pensar en una mejor convivencia democrática, achicando la grieta, el odio y los fanatismos.

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